Hidalgo como heresiarca luterano.
Memoria de las Revoluciones en México. Publicación Trimestral. Núm. I, enero 2009.
http://www.terra.com.mx/especial.aspx?especialid=98 consultado 23 enero 2010.
El contenido de las acusaciones hechas por la Inquisición al cura Miguel Hidalgo y Costilla es el tema fundamental de este artículo. Para Alicia Mayer, ese paralelismo entre el México de principios del siglo XIX y la Alemania del siglo XVI tenía, más que fundamentos teológicos, una evidente función política.
Miguel Hidalgo y Costilla, Antonio Fabres, óleo sobre tela, 1904. Palacio Nacional |
Una de las características más notables de la guerra de Independencia en México es su vertiente religiosa. Y aunque obviamente no se trata de una guerra de religión, ésta se ve presente en los dos bandos: el realista y el insurgente.1 El principal líder del movimiento rebelde fue un sacerdote criollo, Miguel Hidalgo y Costilla (1753-1811), mientras que por la parte realista, los más destacados oponentes fueron también eclesiásticos –tanto del cabildo y la universidad, como del Santo Oficio y el arzobispado– quienes trataron de detener la rebelión iniciada en septiembre de 1810. Por ello, los discursos de los miembros de cada grupo están impregnados de argumentaciones relacionadas con aspectos religiosos. Aquí me interesa abordar a Hidalgo desde una perspectiva particular: la que gira en tornoa sus fundamentos cristianos y, sobre todo, a la acusación que se le hizo de hereje luterano.
Gabriel Méndez Plancarte vio en Hidalgo –con razón– a una "granítica ortodoxia".2 No hay noticia alguna de que este cura se desviara alguna vez de la fe católica. En sus proclamas invocaba siempre la defensa de la religión de la Iglesia romana y a dos pasos de la muerte, insistió en mantener limpio su buen nombre de toda mácula heterodoxa.3 ¿Por qué fue tildado entonces –y además con tanta insistencia– de hereje?
El cura párroco, nacido en Corralejo (hoy estado de Guanajuato), pertenecía a una generación que vivió un complejo movimiento de transición y renovación cultural influido por el grupo jesuítico que sufrió el destierro a causa de la expulsión decretada por la monarquía en 1767. Hidalgo, quien tenía 14 años de edad al momento de la salida de la orden, no pudo formarse con sus miembros a pesar de que cierta historiografía sostiene que en su niñez se formó con padres ignacianos en el colegio de Valladolid.
En 1784, el cabildo eclesiástico de dicha ciudad convocó a un concurso sobre el mejor método para la enseñanza de la teología escolástica. Hidalgo, entonces un bachiller de 31 años, resultó ganador con su ensayo Disertación sobre el verdadero método de estudiar teología escolástica.4 En esa época era catedrático de Latinidad y Artes en el Real colegio de San Nicolás en Valladolid y de Prima de Sagrada Teología. Con la intención de modernizar la enseñanza en el Colegio, quiso renovar esta ciencia, desprenderla de "sutilezas escolásticas" que sólo servían para "pervertir el buen gusto y perder el tiempo" y propuso en su lugar una teología "histórica" o "positiva".5
En su Disertación Hidalgo se proclama fiel a las Sagradas Escrituras, a la tradición y a la doctrina de los Padres, bases sobre las que se fundaba la ortodoxia católica, y de la suya parece querer dejar constancia prematuramente en el escrito. Sin embargo, expone también las bondades de la nueva teología, que sería "de gran utilidad a la Religión". Ésta debía fundamentarse en la historia y en ciencias auxiliares como la cronología, la geografía y la crítica, mediante las cuales se podía someter a revisión muchos libros y documentos antiguos que en la Edad Media se habían aceptado como auténticos.
En suma, en la Disertación, Hidalgo rechaza la escolástica en lo relativo a su contexto filosófico aristotélico y en cuanto a sus formas sustanciales y accidentales, pero la acepta en lo que se refiere a la forma metódica y ordenada que presenta. Ensalza la teología positiva sobre la especulativa y propone un método "científico" y crítico para su estudio. Dice Gabriel Méndez Plancarte que la Disertación, de la que hizo un precioso ensayo,6 es la proyección del espíritu renovado del siglo XVIII en el campo teológico, cuyo origen puede verse en el núcleo privilegiado de los jesuitas de la generación anterior.7 Es probable que Hidalgo se interesara por el eclecticismo y el sentido crítico debido a ellos. Méndez Plancarte indica que si bien entre el clero del que él formaba parte hubo influencia intelectual iluminista, no se percibe un espíritu antirreligioso y materialista como en algunos representantes de la Ilustración francesa.8
El ensayo de Hidalgo refleja una absoluta pulcritud en lo que a ortodoxia se refiere. Sostiene que todo estudioso de teología debe recurrir primero a las fuentes, pero no se limita sólo a las Sagradas Escrituras, sino también a las tradiciones apostólicas. Y da gran valor, asimismo, a los libros canónicos, a las definiciones de los concilios, a los doctores y los santos padres, con lo que se aleja sustancialmente de los postulados protestantes de los que más tarde se le acusará de ser partidario. Por ejemplo, en sentido contrario a la propuesta del libre examen individual de las Escrituras propuesto por Lutero en el siglo XVI, el cura responde que "no basta leer la Biblia para conocer las verdades que nos ha revelado Dios: es necesario que el sentido de las palabras se concuerde con la doctrina de los Santos Padres, como manda el Tridentino, sesión cuarta... ".9
Cabe decir que en este momento a ninguno de los que leyeron la Disertación de Hidalgo se le ocurrió hacer compatibles los argumentos del bachiller de Valladolid con la doctrina luterana. Eso vendría después.
En los documentos reunidos por Juan E. Hernández Dávalos se encuentra la causa seguida al Sr. Hidalgo por la Inquisición de México, así como otros textos que se refieren a ese proceso.10 El Santo Oficio empezó a reunir información sobre el entonces párroco de San Felipe desde el 18 de julio de 1800. Durante su estancia en el pueblo de Taximaroa, Hidalgo frecuentó a su amigo Antonio Lecuona y coincidió en su casa con otras personas: Manuel Estrada, monje mercedario de Valladolid; Joaquín Huesca, lector de filosofía en esa ciudad, y fray Martín García Carrasquedo, sacristán de Zitácuaro. Durante un almuerzo se inició una plática sobre asuntos de religión. Eso animó a Hidalgo a originar un debate. A fray Joaquín Huesca le pareció que los planteamientos del incómodo visitante no estaban muy de acuerdo con la ortodoxia y decidió denunciarlo. Resumimos a continuación la información
–muchas veces reiterativa– que ofrece la documentación aludida.11
Quienes testificaron primero, Manuel Estrada y Martín García, dijeron que Hidalgo había leído y discutido un pasaje de Histoire ecclesiastique, obra en veinte volúmenes, de Claude Fleury, considerado como jansenista. Allí se decía que Dios no castigaba en esta vida con penas temporales, que esto sólo era propio de la ley antigua donde se afirmaba que había mandado plagas y azotes a los pecadores, pero que esto se creía de fe, postura que sostuvo el cura Hidalgo. De igual modo informaron que había hablado con desprecio de muchos pontífices en particular y, en general, del gobierno de la Iglesia, "como manejado por hombres ignorantes". Al parecer había asegurado que papas como Gregorio VII (1073-1085) estarían en los infiernos por que habían sido muy nocivos a la institución por su falta de luces. Dijo también que en el Reino se estudiaba la Biblia de rodillas y con devoción, pero propuso mejor analizarla "con libertad de entendimiento para discurrir lo que nos parezca, sin temer a la Inquisición". Uno de los testigos no se acordaba si el cura párroco había dicho que Santa Teresa o "una monja de nombre Agreda" (Sor María de Agreda) era una ilusa por que se azotaba, ayunaba mucho y no dormía al creer que veía visiones, mismas que interpretaba como revelaciones. Además, los presentes se habían sentido incómodos cuando Hidalgo aseguró que la fornicación no era pecado, como comúnmente se creía, sino que se trataba de una evacuación natural. Esto lo explicaba, según él, como filósofo, exponiendo cómo se daba "el mecanismo de la naturaleza humana", pero quienes testificaron afirmaron que enseñaba abierta y manifiestamente su opinión en las conversaciones y que no era ésta la actitud de un buen religioso.
El 24 de septiembre Manuel Abad y Queipo (†1825), quien había sido provisor y vicario general de la diócesis de Michoacán y luego obispo (1810), lo excomulgó junto con Ignacio Allende, Juan Aldama y José Mariano Abasolo,13 por perturbar el orden público. A pesar de que Abad y Queipo declaró que se trataba de "sediciones diabólicas", nada se dice en dicho documento de que Hidalgo fuera un hereje luterano. Pero más tarde, en 1812, el canónigo penitenciario expresó una opinión sobre el reformador alemán y lo relacionó con el cura insurgente. En una carta pastoral se lamentó de que la felicidad y dicha que había gozado la Colonia por tres siglos se había roto al irrumpir la herejía y la impiedad encarnadas en los insurgentes. Sobre todo responsabilizaba de ello a Miguel Hidalgo y su "cuadrilla de ladrones y asesinos".
Curiosamente, Abad relacionó la anarquía y la devastación del país con los sucesos ocurridos en Alemania en 1525, cuando se levantaron los campesinos en la Selva Negra desconociendo el poder civil. El obispo de Michoacán recordó a los fieles que las rebeliones no eran lícitas y eran una afrenta contra Dios,14 lo cual hasta el propio Lutero parecía haber entendido, pues aunque "violó las Sagradas Escrituras en cuanto a la autoridad de la Iglesia, que es la sociedad espiritual de todos los fieles cristianos, la respeta en cuanto a las sociedades civiles".15
Los discípulos de Lutero (se refiere en concreto a los anabaptistas) "que extendían más que él las consecuencias de sus principios erróneos" se creían libres de la autoridad de los príncipes y magistrados y no admitían clases ni distinciones, lo que devastó, en su opinión, a toda la Germania. Abad y Queipo conoció bien la respuesta que entonces dio el teólogo de Wittenberg a los sublevados, la cual cita in extenso, aunque no la extrae directamente de los escritos políticos del Reformador,16 sino de fuentes indirectas. Pero –cosa harto curiosa– agrega que Lutero los refutó "en términos bien enérgicos y propios de un verdadero católico".17 No es que el obispo defendiera al otrora monje agustino contra la Iglesia universal, sino que quería poner en claro que Hidalgo era aún peor que el ex fraile germano por rebelarse también contra la autoridad civil. El cura mexicano era, por consiguiente, "el mismo Lucifer, de que no se halla ejemplar en la historia de los crímenes de los hombres".18
Por su parte, la Congregación de Eclesiásticos de San Pedro, compuesta en su mayor parte de sacerdotes de la capital y el arzobispado, a través de su vocero José Mariano Beristáin, manifestaron al virrey Francisco Javier Venegas su determinación de "inspirar horror a la revolución, en los confesionarios, en los púlpitos y en las conversaciones privadas".19 El arzobispo Francisco Javier Lizana y Beaumont confirmó la excomunión de los principales jefes del movimiento el 11 de octubre.
En 1810 se presentaba en un sermón de un predicador de la época, fray Luis Carrasco, un juicio sobre Hidalgo, de quien dijo que había "repetido los graznidos del cuervo de Alemania20 cuando gritó allá destempladamente ’viva el Evangelio, y mueran los papistas’: y este otro grajo de la América lo ha imitado desentonándose acá en su: ¡viva María Santísima de Guadalupe y mueran los gachupines!".21 Poco antes el padre franciscano fray Miguel Diego Bringas y Encinas, uno de los más activos predicadores realistas, apareció como declarante en las posteriores adiciones de cargos al proceso de la Inquisición y afirmó que Hidalgo "era un sectario de la libertad francesa, hombre libertino, sedicioso, cismático, hereje formal, judaizante, Luterano, Calvinista muy sospechoso de ateísta y materialista".22
El 10 de junio de 1811, mes y medio antes de su muerte (acaecida el 30 de julio de ese año), Hidalgo contestó con total sumisión a los cargos que se le habían hecho. El documento57 muestra a un hombre derrotado, sumiso ante sus inquisidores y lejos de la altivez de sus anteriores pronunciaciones. El reo expresa su deseo de vindicarse "de la nota insufrible para mí de hereje", de lo dicho "por ingenuidad o ignorancia"; se retracta y asegura que la doctrina de Lutero le era "enteramente extraña". Reitera que "ni remotamente se me presenta haber hablado de ese modo", sobre la Eucaristía, la confesión y la virginidad de María. Dijo aceptar que Jesucristo estaba real y verdaderamente conte- nido en la hostia "por translastanciación" . Agregó que toda su vida había aborrecido los errores de Lutero y los sacramentarios "que produjo su infernal secta" concluyendo definitivamente que:
Bástame decir que si se juzga por tales aunque hasta ahora yo no las reputaba por de esa especie, las abjuro, detesto y retracto <…> confieso haber sido ellas contrarias a la moral de Jesucristo, lo que llevo con amargura, y de lo que espero me ayude la bondad a pedir misericordia <…> a V. S. reverentemente suplico reciba esta mi solicitud <…> concediéndome el honor que será mi muy apreciable de borrarme la nota de Hereje Apóstata de nuestra Santa Religión.58
Estandarte de Hidalgo, siglo XIX. Museo Nacional de Historia, CONACULTA, INAH.
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En agosto de 1811, los calificadores fray Domingo Barreda y fray Luis Carrasco realizaron un dictamen con fundamento en todo el saber de los concilios de Santo Tomás y de las autoridades, para contestar punto por punto lo expresado por Hidalgo durante la década de 1800 a 1809.59 Las conclusiones del Concilio de Trento fueron esgrimidas una vez más para impugnar al otrora guía espiritual del pueblo de Dolores. Pero el "Heresiarca cura" ya había sido fusilado el 30 de julio y su cabeza pendía de un garfio colocado en la Alhóndiga de Granaditas como "escarmiento" y "advertencia".
Los sermones no cesaron tras la muerte del jefe de la insurgencia. En otro Manifiesto (escrito el 14 de noviembre de 1811), esta vez por el obispo de Puebla, con dedicatoria al virrey Venegas, se hace alusión al carácter sacerdotal de Hidalgo y se le relaciona con el reformador suizo Enrique Zwinglio60, pues él ostentaba también la sotana antes de romper con Roma: "¡Que un sacerdote, un párroco, es decir, un ministro de la ley, una luz puesta por Dios para alumbrar, sea el primer transgresor, el que derrame las tinieblas, y el autor de tantos males! ¡Qué dolor! ¡Qué deshonra para el sacerdocio!"61
A manera de conclusión.
Resumamos las opiniones religiosas que supuestamente tuvo Hidalgo, para entender la acusación de luterano o para desacreditarla.
Fusilamiento de Hidalgo y Allende, litografía, siglo XIX. Museo Casa de Hidalgo, Guanajuato
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No podemos dejar de admitir que estos elementos que la Inquisición examinó en el pensamiento de Hidalgo, parecen reflexiones cercanas a los postulados que en el siglo XVI esgrimió Martín Lutero. El reformador fue mucho más lejos en su tiempo: rechazó al Papa como vicario de Cristo y desconoció a la jerarquía eclesiástica (tanto al clero secular como a las órdenes religiosas). No sólo recomendó el estudio de la Biblia con un sentido crítico, sino que propuso su lectura y análisis libres de la interpretación de intermediarios y que éstas fueran un acto personal del individuo. Asimismo desconoció como autoridades todas las demás fuentes de la patrística. Ciertamente el otrora fraile agustino criticó el ayuno y todas las demás prácticas que fueran consideradas obras para lograr la salvación eterna. Desde luego, Lutero no sólo consintió en que los religiosos establecieran relaciones con las mujeres, sino que él mismo contrajo matrimonio con la ex monja Catalina Bora, con la cual procreó hijos, algo que provocó gran escándalo en su tiempo.
En lo que respecta a los sacramentos, Lutero negó su eficacia como dadores de gracia santificante y solamente aceptó la práctica del bautismo y la comunión por estar justificados en las Sagradas Escrituras. Igualmente rechazó la intermediación de los santos y el culto a las imágenes. Destacó en sus escritos la figura de la virgen María como madre de Dios, pero no aceptó que se le rindiera culto y se la considerara intercesora y milagrosa. Rechazó también su calidad de Purísima Concepción.66
Miguel Hidalgo no fue de ninguna manera luterano y tampoco cabe la menor duda de su ortodoxia. Lo más probable es que en toda su vida no haya pasado la vista a una sola línea escrita por el reformador alemán. En la lista que hizo la propia Inquisición de los libros que supuestamente leyó el caudillo insurgente, no encontramos ni un título del profesor de la universidad de Wittenberg.
Sin duda las ideas de Lutero llegaron a oidos de Hidalgo ya muy diluidas; habían pasado por la criba secularizante del cedazo tendido a través de autores ingleses y franceses que sí llegó a tener el cura de Dolores en sus manos. Mas como excelente teólogo que dicen que era Hidalgo, no podía adoptar los postulados del protestantismo tan ajenos a la concepción tradicional católica. Si volvemos a reparar en el listado que enumera las supuestas herejías de Hidalgo, veremos que nunca dijo una palabra sobre la sola fe, la sola gracia y la sola escritura. Tampoco habló del pecado original que llevaba a cuestas el género humano sin posibilidad de erradicarlo ni sostuvo la tesis del albedrío siervo, puntos más centrales del luteranismo que los que anotaron pacientemente los inquisidores.
En síntesis, parece que las concordancias se deben a coincidencias secundarias e involuntarias. Hidalgo se pudo apartar de la escolástica aristotélica, pudo someter a la crítica ciertas cosas fantásticas de la Biblia (como el arca de Noé o la plaga de langostas), pudo poner en tela de juicio la existencia del infierno y de los demonios, pero no dudó en lo esencial. No podemos catalogar al Padre de la Patria, como lo hicieron los clérigos reaccionarios de su propio tiempo, como una conciencia heterodoxa. La Inquisición arbitró razones para desahuciar a los insurgentes y justificar su proscripción fundándose en que la herejía los convertía en parias sociales, entes susceptibles de ser destruidos por oponerse a los valores tradicionales católicos. El verdadero problema que enfrentaba la autoridad (Iglesia-Estado) en la Nueva España era que Hidalgo, Allende, Aldama, Morelos y otros, se había levantado contra la soberanía de España y "la insurrección monstruosa en su principio, impía en su prolongación y precisamente desgraciada en sus fines", 67 llevaba consigo, a los ojos de los religiosos realistas, el sello de la reprobación de Dios. Nada más sintomático del sentir de ambos bandos que la siguiente cita, consignada por Ana Carolina Ibarra en un trabajo fundamental sobre la participación de los curas en el movimiento insurgente:
¿Qué diremos de los rayos que con tanto estrépito se han arrojado contra los americanos porque siguen un partido justo y unos derechos incontestables? Tal vez por esta pregunta levantan el grito algunos realistas que nos tratan como herejes. Escucharemos con dolor y sentimiento sus declamaciones, pero nuestras conciencias permanecerán seguras y tranquilas, mientras los defensores y aduladores de España no prueben que es injusta la insurrección mexicana.68
2 comentarios
Hilda Ramírez Nieto -
Roberto Carlos Villegas Sánchez -
Me parece muy interesante este blog que habla de diferentes temas que involucran a México y alos mexicanos, en este caso conocí algunos aspectos de don Miguel Hidalgo y Costilla, muy interesante. Saludos. Roberto Carlos Villegas Sánchez.